domingo, 31 de marzo de 2013

Un saludo de Pascua para todos ustedes






La fuerza del Jesús Resucitado hace nueva todas las cosas

Que la celebración de la Pascua renueve en nosotros la esperanza y el amor a la vida.





Semana Santa… Pascua… Un tiempo esperado en medio de la rutina del año laboral no tan recientemente comenzado. Un tiempo al que siempre quise apresar intensamente, más allá de unos pares de días vividos de modo diverso al resto. Porque en mi nada despreciable experiencia de cuarenta años de vida (y un poco más, sólo un poco), la reflexión sobre los acontecimientos celebrados en la llamada “Semana Mayor” de nuestra fe, me ha brindado –y me brinda, de hecho- una luz muy necesaria para comprender el tan poderoso como singular entramado psicológico-espiritual de mi propia vida.

            La relevancia de los misterios celebrados en la liturgia de esos días y su sanadora capacidad para explicar (y con ello liberar) el sentido más profundo de lo que me acontece día a día, de lo que gozo, de lo que sufro, de lo que peleo, de lo que escondo, de lo que me avergüenza, de lo que me siento capaz… no deja de sorprenderme.

            Personalmente en los misterios de la vida y obra de Jesús percibidos a través de la fe, descubro la pista existencial que me permite dar sentido a todo lo que hace a mi bagaje personal. Absolutamente todo, incluso hasta el fondo más profundo de mi inconsciente.

            Lo mío no es simplemente un sentimiento “religioso”, es más, tal vez no lo sea en absoluto. Sin despreciar este aspecto legítimo, ese que liga nuestra conducta a la fe, ese que hace más referencia a lo moral y al culto, tengo que sincerarme al presentar la reflexión desde una perspectiva distinta. No es mi pretensión indicar a hombres y mujeres contemporáneos cómo llegar a Dios, sino sencillamente (porque es esta la experiencia que me domina) compartir con mis contemporáneos –si se quiere a modo de testimonio- de qué modo encuentro en el Evangelio, y en los llamados misterios centrales de la fe la sabiduría necesaria para vivir mi vida de modo más pleno y más libre.  

            En otras palabras, mi perspectiva es más bien existencial, una especie de autoayuda basada en la fe en el Jesús de los Evangelios que se acerca a nosotros por muchos y muy variados caminos, y no está en absoluto encasillado en determinada confesión religiosa o en determinado modo institucional de relacionarse con el hombre.

¿Por qué encuentro tan significativa la celebración de la Pascua? 

Porque me representa una estimulante oportunidad de cambio, de superación, de liberación. 

Pascua significa “paso”: el paso de Dios por la historia de la humanidad, es el paso de Jesús de la muerte a la vida, nuestro propio paso existencial que nos lleva a superarnos.

            Pascua es la esperanza que se reactiva en nosotros en cada amanecer… Hoy puede ser un gran día… Seguramente hoy es un gran día.

            El “paso” nos habla de un antes y un después, con toda la sensación de liberación, alegría y paz que eso significa. Precisamente ese es el fruto de la Muerte y Resurrección de Jesús; la presencia de la liberación (con la alegría y la paz que ello comporta) es la señal de que el misterio de la redención está operando en nosotros.

            No pocas veces nos sentimos tentados a ver los tiempos litúrgicos que representan la vida y obra de Jesús como algo externo a nosotros, que quizás debiera decirnos algo, y que sin embargo no sabemos qué. En otras palabras, solemos tener la tentación de percibir los misterios de la fe como algo abstracto e impersonal, como eventos a los que “hay que creer”, pero creyendo o no, no son significativos para mi día a día.

            Y justamente esos misterios vienen a revelarnos el sentido profundo de esos “día a día”, por lo tanto es la cotidianeidad de mi propia historia el material (la materia prima por así decirlo) donde el misterio celebrado puede hacerse operante, es decir, cobrar realidad.

            La propuesta es reflexionar en estos días de Pascua (el tiempo pascual dura cincuenta días después del domingo de Resurrección) sobre algunos pasos que tal vez nos sintamos en necesidad y en capacidad de dar:           


Paso de la huida al encuentro: dejar de evadir lo que nos duele, lo que nos preocupa, lo que nos daña para acercarnos a nuestra verdad. Sólo la verdad libera.

  • Paso del resentimiento al perdón: el perdón en nada representa debilidad, sino que en sí mismo posee una fuerza liberadora por excelencia. El rencor y el resentimiento nos matan a fuego lento, nos traban, nos limitan, nos paralizan.

  •   Paso del ensimismamiento al diálogo: ¡cuántas cosas guardamos en la caja negra de nuestras relaciones! No siempre el silencio es salud, pues cuando se trata se silencios que hablan de cerrazón, de incomunicación, de pretendida indiferencia, ese silencio enferma.

  •  Paso del conformismo a la creatividad: no acostumbrarnos a vivir indignamente, sino más bien seguir una y otra vez intentando mejorar, intentando la felicidad a pesar de todo.



  • Paso del fracaso a la esperanza realista: creer contra toda esperanza que es posible alcanzar nuestros sueños más auténticos. Convertir los obstáculos y adversidades en desafíos a superar que sacan lo mejor de nosotros mismos.

  • Paso de la amargura a la alegría: la vida vale la pena, siempre vale la pena, aún cuando esa pena nos esté lastimando demasiado.

 
  • Paso de una religiosidad poco relevante a la una espiritualidad vitalizadora: que Dios deje de ser esa mirada amenazadora, dispuesto a encontrar en nosotros lo malo, a castigarnos por nuestros errores, para ser lo que realmente es: un Padre Madre que nos procura la vida, la plenitud humana, el amor, la paz, la armonía, la libertad, el color y el sabor de la existencia.

Con el correr de este tiempo pascual, iremos profundizando brevemente en cada uno de estos pasos… Y bueno, a quien le venga bien, que se ponga el zapato.