Es muy
frecuente escuchar y leer de diversas fuentes sobre el milagroso poder de la
fe. Esta idea es repetida una y mil veces con matices diferentes: “No renuncies
a tus sueños, y se harán realidad”, “ten fe en ti mismo y lo lograrás”, “cree
en las fuerzas del universo y atraerás las energías positivas”…
Para
las personas que tenemos una cierta tendencia a la angustia por el futuro y a
la desesperanza no solemos dar crédito así no más a estas afirmaciones. Si
fuera todo así de fácil… Parece una propuesta ingenua, cuando no infantil.
Yo
encuentro que no es tan fácil tener fe. No es tan fácil caminar a la intemperie
confiando que habrá refugio cuando vengan las tormentas. Yo soy del tipo de
persona que precisa anticipar la fecha y hora de la tormenta y llevar el
refugio en mi valija, (como si ello fuera posible), de tal suerte de tenerlo a
mano. Programo, planifico, realizo proyectos y presupuestos, y a todo este
proceso anticipatorio lo realizo con una altísima dosis de angustia, temiendo
siempre lo peor.
Pues
bien ¿Qué logro con todo esto?: por cada tormenta real que acontece en mi vida,
me he inventado unas diez por lo menos; encima, la tormenta que realmente cayó
casi nunca tuvo que ver con el lado en que la esperaba; vivo permanentemente
angustiada… al vicio, pues generalmente lo malo que temo (gracias a Dios) no
acontece; me enojo cuando mis planes, mis proyectos y presupuestos no suceden tal
cual lo planificado; la sensación del presente, con su oferta de pequeños o
grandes gozos, se diluye, razón por la cual termino por disfrutar nada… ahorro
dinero cerrando la puerta de mis gastos, y el mismo se me escurre por la ventana de los imprevistos.
La fe de
que la Providencia de Dios me ofrecerá refugio cuando se desaten las tormentas
me resulta todo una apuesta existencial, casi como arrojarse al vacío. No
obstante las veces que lo he intentado, no me ha ido nada mal.
Jesús
nos aconseja en el Evangelio “Por eso les digo: no se inquieten por su vida
pensando qué van a comer, ni por su cuerpo pensando con qué van a vestirse. ¿No
vale más, acaso, la vida que la comida y el cuerpo que el vestido? ¿Quién de
ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de
su vida? No se inquieten entonces diciendo: ¿Qué comeremos, qué beberemos o con
qué nos vestiremos? El Padre que está en los cielos sabe muy bien que necesitan
esas cosas. Busquen primero el Reino y su justicia y lo demás se dará por
añadidura. No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí
mismo. A cada día le basta su aflicción”
(Mt 6, 25.27.31-34)
Y yo
encuentro una gran liberación cada vez que puedo descansar en la certeza del
cuidado de Dios sobre mí.
Algunas
observaciones sobre la vida me han ayudado a generar confianza:
- Gracias a nuestra razón e imaginación podemos anticipar ciertas cosas del futuro, de algún modo todas nuestras actividades se desarrollan como procesos que lo implican, por eso considero prudente planificar y programar siempre y cuando esto no nos impida vivir intensamente el presente, sabiendo que en definitiva el único momento que manejamos realmente es el “aquí y ahora”. Las ocasiones para disfrutar se presentan a diario, y si tenemos nuestra cabeza puesta excesivamente en el futuro, no las sabremos descubrir y apreciar.
- El futuro, así como puede deparar dificultades impensadas, también puede ofrecer oportunidades fuera de nuestra previsión.
- Que nuestra mente no vea salida a nuestros problemas no significa que no la haya. Dios tiene sus propios caminos para conseguir lo que parece imposible.
Todo se
apoya en la certeza de la disposición Divina a cuidarnos y protegernos. La
veracidad de esta afirmación se comprueba en la propia vida, sólo que hay que
tener una visión realista sobre la misma. Cuando tenemos la impresión de que
nada bueno nos ha sucedido, y nos resistimos a ver las cosas de otro modo, hay
que sospechar que, consciente o inconscientemente, estamos estancados en alguna
mala experiencia existencial que todavía no hemos superado.
Es
posible sentirse incapacitado a creer, a pesar de nuestro deseo de hacerlo. En
ese caso es importante pedir el don de la fe (una breve y simple oración basta,
tal como “Dios, dame fe”), y repetirla mentalmente hasta recibir lo pedido.
Si ante
la perspectiva de la cercanía de Dios experimentamos desconfianza, temor o
amenaza, hay alguna idea o experiencia que está bloqueando nuestra percepción
de la realidad. Y este tema merece un tratamiento aparte.
Del
futuro, preveamos hasta donde nos sea posible y nos sintamos en paz con
nosotros mismos. Mientras, vivamos intensamente el presente, sobre todo gozando
de sus buenos momentos. Y en todo
encomendémonos a Dios.