sábado, 18 de agosto de 2012

Lamento


¡Ay Iglesia! Cómo me dueles: me dueles en la sangre de mis venas, me dueles en la mente y en los nervios, me dueles en mis entrañas y en mi alma, me dueles en las manos y en los pies, me dueles en la piel y en los huesos, me dueles en los ojos y en los oídos. ¡Cómo dueles cuando dueles!
Me dueles en el dolor humano que juzgas sin comprender, me dueles en los oídos de tus fieles que al escuchar tu voz, aprenden más de ti que de Jesús, me dueles en los hijos que repeles de tu regazo por no tener en cuenta de que ya crecieron y no puedes darles el trato de infantes; me dueles en el cáncer del hombre moderno a quien podrías curar si supieras percibir su enfermedad, me dueles en la confusión de las jóvenes generaciones necesitadas de atractivos rostros donde apreciar el saludable paso de Dios por la historia de los hombres en concreto…
Es tan poco lo que necesitas cambiar… casi nada, por decirlo de algún modo; sin embargo ese “casi” … ese “casi”… discernir ese “casi” costará  toda la tautológica energía  de tu burocracia. Dicho sea de paso ¿acaso no has advertido que inviertes en eso lo mejor de tus fuerzas? Tus asuntos internos agotan tanto tu reflexión que casi no tienes tiempo a mirar a tu alrededor… la realidad…
Y yo te vi, en uno de mis sueños… te vi como una resplandeciente princesa, cuya piel traspiraba juventud y belleza despidiendo luz en torno a sí. Montabas un bravo equino pura sangre de arabia, y tú, erguida sobre él, derribabas a tus enemigos a diestra y siniestra barriéndolos simplemente con una larga y delgada barra de madera barajada por tus delicadas manos.
Eras princesa, sí, tal era tu rango, pero vestías apenas una túnica, del color de la luna llena; sin corona ni joyas, sin maquillaje ni etiquetas, pues eras princesa, dama de guerra combatiendo por su Señor.
Recuerdo vivamente que en mi visión onírica, tu delicada belleza contrastaba armoniosamente con tu imbatible fuerza: nada podía detenerte, ningún enemigo podía someterte, pues vencías lo adverso con casi nada de esfuerzo.
Mas de pronto mis ojos dormidos centraron su atención en la faz del señor de todos los enemigos. De lejos, él contemplaba cómo lo mejor de sus huestes resultaban diezmadas entre tus dedos. Se percató de tu invencibilidad, y decidió cambiar de estrategia…
Tomó de la galera de sus engaños un rostro y una voz seductora para de ese modo dirigirse a ti.
_¡Qué bella mujer! _exclamó_ ¡Y qué fuerte!... No obstante creo… es decir, me parece que tu Señor no te cuida bien… Tan grande es tu belleza que no deberías estar combatiendo… ¡Estás herida y cansada! ¿No quieres tomarte un pequeño descanso? ¿No te lo mereces, acaso?...
Y tú lo escuchaste. Percibí en mis entrañas tu propia percepción: nunca antes te habías sentido ni herida ni cansada (si vencías el poder enemigo sin ningún esfuerzo)… pero al recibir tus oídos la voz disfrazada del Enemigo, te sentiste muy, pero muy agotada…
_Sí, es verdad _te dijiste_ merezco un descanso. Soy muy bella como para lastimarme, es justo que me cuide un poco… total… mi Señor está muy lejos y me dejó aquí sola, en medio de mis enemigos…
_Yo te ofrezco un lugar para reparar tus fuerzas… Un bañito tibio no te vendría mal… Así se curan tus heridas y se refresca tu piel hermosa…
De pronto te vi aceptando la oferta del Enemigo… vi tu cuerpo (ya ni tan fuerte ni tan joven) sumergido en una deliciosa tina. Ensimismada en la grata sensación del agua tibia, tu mente comenzó a adormecerse y a perder claridad…
_Mi Señor está lejos… yo estoy acá sola… no me quedó otra alternativa… mi Señor entenderá…
Con este dolor yo desperté. ¡Pero no soy yo quien debe despertar! ¡Tú eres la que debes despertar! El mundo te necesita, te necesita como eras: joven y fuerte, y por sobre todas las cosas, libre de todo poder vanidoso; pues eres poderosa cuando no tienes poder, y eres impotente cuando detentas poder…
¡Despierta! El mundo te necesita. En realidad no te necesita a ti, necesita al Dios (potencia de amor, vida y salud) que nos reveló Jesús, necesita del poder humanizador de sus enseñanzas, de la sabiduría compilada de su Palabra. ¡No hables tanto sobre ti misma! ¡Deja de perder las pocas energías que te restan en justificar tus estructuras y en discutir tus dilemas! ¡Habla de Jesús!
¡Despierta! Sacude el letargo de tus clarividentes pensamientos. ¡Sal de tu ensimismamiento! No te preocupes por ti misma, no pierdas tu celestial tiempo amargándote por los muchos que ya no pisan tus templos, que desertan de tus galerías, que dejan de deambular por tus estructuras… No te preocupes por ti misma… preocúpate por el ser humano: ¡duélete de su dolor! Abre tu regazo para recibir al herido, al pobre y sufriente, al enfermo, al marginado… y si, abierto tu regazo, aquellos no ingresan en tus atrios, tal vez debas cuestionar tus modos de acogida, no seas que con tus labios atraigas y con tu mano repelas; o con tus brazos atraigas y con tu pensamiento repelas.
¡Despierta! Princesa del Señor, despierta a un mundo nuevo, despierta renovada al clarear de la nueva cultura. Abre tus puertas y libera al Dios que tienes retenido en tus libros doctrinales, en los confesionarios y en los templos. ¡Dios sale en búsqueda del hombre! Pero es inútil que tú lo declames si no lo haces… Deja de contradecir tu propio mensaje… Si Jesús es humilde y monta en un burro ¿por  qué tienes tú bandera, estado y posesiones? Si hablas del derecho de los pueblos, por qué eres tú monarquía?
¡Ay mi Señor! Aunque sé que todo lo perfecto está en el cielo, mientras que aquí el agua turbia corre para purificarse… ¡Cómo deseo un tiempo fresco de evangelio para el mundo! ¡Cómo deseo escuchar el eco de tus palabras redimiendo la humanidad de lo humano! ¡Cómo te deseo presente en nuestras calles y en nuestras plazas!
¡Ay mi Señor! Aunque mi rostro sea anónimo ¡Cuánto deseo decir lo que percibo! Y cuánto deseo se escuche este lamento; y que de lamento trueque en cantos de victoria. ¡Victoria! Por fin no es la Iglesia la que triunfa (si ella es sólo un medio) el que triunfa eres tú, y es el hombre, y es la mujer, y es el mundo… Un mundo más humano y humanizante. Humanizador.

2 comentarios:

  1. Hoy hablamos de la parábola de la mujer a quién iban a lapidar, y de la respuesta de Jesús a sus perseguidores: "...aquel que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra...", como de lo incorrecto que es el juzgar a los demás "...con la misma vara con que midas, serás medido..." y de que "no es el sano el que necesita al médico, sino el enfermo..."Todas estás son frases de Jesús, volcadas en sus evangelios.¿Acaso la Iglesia está enseñando esto a nosotros, sus feligreses? ¿O solo está cumpliendo el rol del ángel acusador? Que Dios se apiade de nosotros!

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