sábado, 1 de septiembre de 2012

Si Dios ama ¿por qué permite el dolor?


El poder de la fe ante el dolor


 

            La vida diaria ofrece una variedad de oportunidades tanto para elegir creer como para elegir el desencanto con la realidad, con cualquier realidad.

            Y lo más curioso es que, elijamos lo que elijamos, el resultado siempre nos confirmará lo apostado. Si elegimos creer en lo bueno, los resultados nos serán favorables; si elegimos el desencanto, las cosas sucederá de tal modo que reafirmemos tal desencanto. Porque nuestras creencias previas de algún modo condicionan los acontecimientos, o por lo menos, nuestro modo de enfrentarlos, por lo que, a la larga, termina sucediendo (para bien o para mal) lo que esperamos.

            Por esta razón resulta fundamental para nuestras vidas discernir en nuestro verdadero objeto de fe. Pues aquí lo importante no es en qué creemos (contenido intelectual: conceptos, afirmaciones racionales, etc), sino a quién creemos (contenido afectivo que involucra una relación con un alguien). Aquí no se trata sólo de creer en Dios, sino principalmente, creele a Dios.

  • Creer que realmente se interesa en mí como un verdadero/a  Padre – Madre.
  • Creer que mi propia vida, más allá del juego humano –no siempre favorable- de condiciones en las que se haya producido mi nacimiento, es fruto del querer positivo de Dios. Si yo estoy con vida, es porque El me la ha dado.
  • Creer que Él siempre tiene con respecto a mí una Voluntad buena, por lo que todas las circunstancias las dispone para mi bien
  • Creer que él intenta conducirme, contando con mi libertad, hacia lo mejor para mi vida.
  • Creer que a Él le interesa absolutamente todo lo que soy y todo lo que tengo. Nada de lo mío le resulta indiferente.

 

 

Convengamos que esta fe, si realmente estamos hablando de un convencimiento radical (eso es fe), no siempre resulta sencillo mantener. Porque nuestras experiencias en la vida cotidiana nos plantean momentos muy críticos… Seguramente, algunas cosas no habrán salido como esperábamos; tal vez nos enfrentamos a dolores que nos parecen injustos de sobrellevar; quizás nos sobrevino una situación límite que pensamos no merecerla… limitaciones profundas, quiebre familiar, enfermedad, muerte de un ser querido…

Entonces, el planteo es inevitable: Si Dios me ama ¿por qué me manda esto?

Por mi parte hablar de “pruebas que Dios nos pone” no me conforma mucho, porque no me gusta la idea de un Dios “que pruebe”, pues, si Él lo sabe todo… ¿qué es lo que necesita probar? Conozco personas que la idea de estar sobrellevando una prueba de Dios le da fuerzas. Si es el caso, me parece que dicha persona encontró su respuesta. Pero otras, en cambio, entre las cuales me tengo que incluir, se enojan contra la supuesta prueba, con lo cual aumenta considerablemente el rechazo a la situación.

Personalmente estoy convencida que las situaciones límites viene por una conjunción de causas de las que solemos ser más responsables de lo que pensamos, pues nuestro inconciente predispone (para bien o para mal) una gran parte de lo que nos pasa. No obstante, hay cosas que suceden más allá de nosotros mismos (como la muerte de un ser querido), y aún cuando lo doloroso sea armado por nuestro inconciente no manejado, estamos frente al mismo dilema: algo que nos duele, nos está sucediendo… se supone que Dios, el Padre – Madre que me protege, lo está permitiendo. ¿Dónde está su amor, entonces?

            Dar una respuesta universal para esta crisis tan personal es quizás inútil, pues se corre el riesgo que resulte una frase abstracta. “Todo será para bien” “Dios sabe lo que hace” etc.

            Cada circunstancia trae su propia respuesta. Y la respuesta acertada se la encuentra en Dios mismo. Por eso, cuando hay situación de crisis no queda ninguna otra alternativa saludable que enfrentarla. Meterse dentro de la tormenta y dejar que moje. Desviar el pensamiento, adormecer la conciencia, evadir los problemas pueden dar una cierta mejoría transitoria, pero nunca la salida. Para salir no queda más remedio que entrar. Estar dispuesto a viajar al “ojo de la tormenta”, a costa de lo que sea. Decirse con valor: “me está sucediendo tal cosa”…

Ideas como “no debería pasarme esto a mí”, “por qué me tiene que pasar justo a mí”… no ayudan a asumir la crisis. La crisis vino, y está (era tan linda la vida antes que sucediese esto); pero está. Esa es la realidad.

            Esto que está irremediablemente dentro llegó a mí, y se supone que hay un Dios que me ama, y a pesar de amarme lo ha permitido. ¿Dónde está su amor, entonces? Solamente Dios le puede responder acabadamente esta pregunta; por eso no tenga miedo a preguntárselo aún cuando esto signifique sincerar algún enojo que pueda tener contra Él. No tenga miedo de expresarle, desde lo íntimo de su corazón, lo que siente, aún cuando eso sea rabia y enojo. Es preferible que lo haga antes de disfrazar lo que siente, pues en la medida en que usted se abre a este sinceramiento con Dios, le permite a Él responderle. Su respuesta puede demorar, pero siempre llega. Y esa respuesta significa la salida del dolor de tal situación.
Estoy plenamente convencida que Dios comprende nuestros enojos, y que podemos sentirnos plenamente libres para expresárselos. Valga la redundancia: Dios no se enoja con nuestros enojos… ni con nuestros planteos… ni con nuestras dudas… Lo importante, vuelvo a repetirlo, es sincerarse con Él (que en realidad es sincerarse con nosotros mismos, porque Dios sabe perfectamente lo que pensamos y sentimos, y conoce también ese algo oscuro que es nuestro inconsciente, “ese algo” que usualmente es el primer responsable de nuestros males). Sincerarnos con Dios permite abrir esa “caja de pandora” inmanejable (por desconocido) del inconciente, para iluminarla y hacernos comprender la raíz de nuestro mal. Con esa luz, con ese conocimiento de lo oscuro _que pasa a ser así claro, y por ende manejable_ , llega la paz, la serenidad, el consuelo y hasta la liberación del dolor que nos aqueja.

3 comentarios:

  1. Hablas de Dios en una "tercera persona".. ahora Yo planteo lo siguiente: Y si Nosotros mismos somos parte de DIOS??; Y si somos Seres que vivimos en una "dualidad" con nuestro DIOS interior que hemos venido aqui, ahora en este planeta con el fin de evolucionar, como si fuese una escuela??.. y si todo lo "malo" que nos sucede forma parte de nuestro aprendizaje como Almas evolutivas, y el actuar desde nuestro "libre albedrio" y nuestra mente conciente de la "dualidad" es la herramienta que tenemos para trascender la leccion??..

    Pienso que hay muchas preguntas que pueden tener respuestas diversas desde el punto de vista de todas las religiones, pero pienso que, como los dedos de una mano, todas las creencias y las FE llevan a un mismo punto, a un DIOS, pero que quizas se encuentre en un altar y templo que tranquilamente pueden ser mi "corazon" y mi "cuerpo fisico"..

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  2. Es verdad que todas las situaciones humanas tienen diversas respuestas, respuestas que suelen originar otras preguntas y diversos dilemas... es parte de nuestra búsqueda de sentido. Entonces ¿cuál de todas las respuestas es la verdadera? Por cierto, no lo sé y tal vez sea irrelevante saberlo, porque me parece que lo más importante es el proceso de búsqueda en el que nos vamos preguntando, nos vamos respondiendo, analizamos los efectos de dichas respuestas, y luego corregimos o redireccionamos nuestras certezas acorde la experiencia nos va mostrando
    Por mi parte creo en un Dios como una alteridad distinta de mí, que aunque habite en mi interior, y sea más íntimo a mí que yo mismo, por ser un "otro" puedo entrar en diálogo con Él.

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